domingo, 16 de octubre de 2011

Cuando tenga la tierra. Represión, resistencia y victoria campesina en Pozo del Castaño


Por Natalia Navarro

"Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo.
Achica tu miedo porque si él crece tú te harás pequeño" dijo el Viejo Antonio una
tarde de mayo y lluvia en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra"

Subcomandante Marcos EZLN

0. POZO DEL CASTAÑO. La calma que antecede a la tormenta

Jueves 19 de agosto de 2010. Pozo del Castaño, Santiago del Estero. Amanece. Los primeros rayos del sol alientan el canto de los gallos, que despiertan a los habitantes de esta pequeña población campesina que se encuentra costeando el Salado Norte, a 200 kilómetros de la capital de Santiago del Estero, en la zona mediterránea del Departamento Figueroa. Antiguo terruño de los aborígenes tonocotés, este paraje enclavado en medio del monte santiagueño alberga alrededor de 70 familias agricultoras, ganaderas y fabricantes de carbón, que producen para el autosustento.
La economía solidaria, la autonomía alimentaria y la organización comunitaria que caracterizan a este paraje han sido amenazadas históricamente. Durante todo el siglo XX, por la tala indiscriminada de árboles ha puesto en peligro de extinción a los quebrachales milenarios que se encuentran todo el monte santiagueño. Luego, hacia finales de esta centuria, desde mediados de la década del 90, la explosión del modelo agrícola sojero ha provocado el incremento de la venta de enormes porciones de tierra a empresarios latifundistas, desconociendo los derechos de los campesinos que habitan allí
A primera hora de esa jornada, al igual que el resto de sus vecinos,Roger Almaraz se levanta y comienza a prepararse para sus quehaceres diarios. Su tía Ofelia, ya está en la cocina y lo espera con cuatro mates dulces y un cuarto de chipaco. Ese fue su desayuno, antes de que lo pase a buscar en camioneta su primo Ariel para llevarlo a la capital. Es que Roger es delegado de prensa del MOCASE y secretario del Registro de Poseedores. Desde allí, pelea diariamente para hacer valer los derechos de sus vecinos y compañeros, que tienen problemas con los títulos de propiedad de sus territorios.
El “Negro”, como le llaman allí, se está tardando más de lo habitual. Aprovecha. Prepara su bolso con sus pertenencias. Busca en su escritorio, entre medio de sus viejos cuadernos de notas de la época en la que era maestro y sus carpetas –un poco más recientes- de la escuela de periodismo; fichas, actas, declaraciones y todo tipo de documentos que le hacen llegar los “cumpas” con la esperanza de que pueda acelerar los trámites. Ya tiene todo lo que necesita en su morral. Sale. Se sienta afuera, debajo del algarrobo que está a orillas de la laguna, en el banquito blanco que era de su abuelo. Mira al horizonte. Lo recuerda cuando lo dejaba faltar a la escuela para que lo ayudara a sembrar y a ordeñar las vacas. Vienen a su mente sus días de maestro, cruzando el Canal de la Patria, para ir a la escuelita y de cómo tuvo que despedirse de sus “changuitos”, explicándoles que su profe ya no podía enseñar más, porque tenía que irse a vivir a Santiago porque desde allí podía ayudar a toda la comunidad para que los “gringos matones” no les quitaran más las tierras. Se pregunta porqué. Porqué él y sus vecinos necesitan un papel para probar que es dueño de esas tierra; porqué no basta con trabajarla para hacer brotar los alimentos para su subsistencia, como lo hacían sus ancestros, los pobladores originarios; porqué esos señores en nombre del tan mentado “progreso” les habían destruido todo el monte, primero, y ahora querían quitarles lo poco que les quedaba para subsistir.
Solo unos segundos. Todo eso pasó por su cabeza, en cuestión de unos pocos segundos. Una bocina, seguida de un grito, lo vuelve en sí. Era, el Negro, en la camioneta
– ¡Eh! ¡Chango! Despertate, que ya estamos atrasaos. Veni subí pos, de una vez.
– ¡Voy! –contesta Roger incorporándose.
Dos horas y media dura el viaje hasta capital. Cuando llega, lo recibe don Mario, el portero del edificio donde se encuentra la oficina. Lo saluda socarronamente con un inesperado:
– ¿Y? ¿Cómo va la revolución?
– Ahí andamos nomás, tirando. Pasa, te convido unos mates.
– No deja, ya i´ tomao un montón. Me tengo ir aquí a la vuelta a limpiar.
– A dónde.
– A la Casa de Gobierno.
– Huy, tené cuidao. Se me hace que vas tardar mucho tiempo en sacar la mugre de ahí
Se rien.
– ¿Te acuerdas lo que me has contao el otro día? Lo del lío este que tienen con esos cordobeses.
– Sí. Qué pasa con eso.
– Como qué pasa ¿Qué vas hacer? – pregunta firme.
– Qué voy hacer con qué –responde dudoso.
– ¿Qué vas hacer cuando tengas la tierra?
Roger se queda callado, mirando hacia la nada. Le sorprendía que ese hombrecito sexagenario se hubiese acordado de todo lo que le contaba durante esos años, entre mates, mientras aquel le pasaba el lampazo a su oficina, desde que llegó en 2008 a ocupar ese puesto. Nunca nadie, de fuera de su entorno, le había preguntado algo tan profundo.
– Cuando tenga la tierra voy a ser. Porque nosotros, mis compañeros y yo, sin tierra no somos.


1. REPRESIÓN. Tres actos fallidos, una tragedia que no fue
Ese día, al anochecer, luego de terminar su trabajo en la oficina del Registro de Poseedores, Roger pasó por su departamento, a pocas cuadras, ordenó sus cosas y se fue a la terminal. Tenía que tomar el colectivo para volver a su casa en Pozo del Castaño. Al día siguiente iba haber una plenaria, con todos los integrantes del MOCASE, en la capillita, por lo cual debía estar allí lo antes posible. El “Negro” no podía buscarlo, al mediodía ya se había vuelto.
Alcanzó a subir al último coche, el de las 20. Cerca de las 23, ya estaba en el parador de Bandera Bajada. Al bajar, cruzó a la estación de servicio que estaba al frente para llamar al celular de su primo, porque se había quedado sin crédito. Cuando estaba en el interior de la cabina, que era de cristal transparente, una luz lo encandila desde afuera. Era el auto del Guido Corvalán, presidente del movimiento, que venía de La Overá (Depto Alberdi). Sale presuroso. Sube al vehículo. Se saludan con un abrazo
– Siempre calaveriando te encuentro a vos chango – le dice Guido.
– Lo bueno, es que por lo menos me encuentras. Estos días ando tan ocupado, que es más fácil encontrar al gobernador.
– Cruz diablo. Ni lo nombres a ese, si es más fácil encontrarlo a él, prefiero seguir topándome de cuete con vos.
– Bueno, dale arranca que ya es tarde.

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Viernes 20 de agosto de 2010. Durante la mañana comenzaron a llegar a la capilla casteñense delegados de las distintas zonales que conforman a la organización. Alrededor de la mesa del salón principal del pequeño templo, la ronda del mate se iba agrandando. Guido y Roger preparaban el parte del día, con los temas que se iban a tratar en plenaria. Las mujeres, afuera preparaban las ollas para el guiso del mediodía
A medio kilómetro del lugar de encuentro, por el medio del camino que bordea el Canal de la Patria, venían Nely, Juan y Omar, delegados de la OCCAP (Organización Campesina de Copo, Alberdi y Pellegrini). Iban a paso tranquilo, porque todavía faltaban quince para las 12, hora en que se había pactado. De repente, escuchan el sonido de un acelerador. Apenas llegaron a hacerse a un lado del camino, cuando la camioneta, una 4 por cuatro blanco, frena en seco al lado de ellos. Allí pudieron ver que era conducida por un hombre de aproximadamente 35 años, acompañado por dos muchachos más jóvenes. Los tres llevaban gorras que decían “Estancias del Sur”. Eran sin duda empleados de los empresarios cordobeses Luis Resio y Alberto Croche, que llegaron en 2008 diciendo que habían comprado los territorios donde se asienta la población de Pozo del Castaño. Quince mil hectáreas, de esa extensión era el territorio en disputa, ubicadas a 10 kilómetros del centro de la comunidad, alambrado y cerrado al paso de los campesinos por quienes se decían dueños de ellas. Luego de muchas negociaciones infructuosas, los pobladores de la comunidad habían decidido, 90 días atrás, romper el cerco y retomar el Lote 2, como les llamaban a esas tierras.
– ¿Ustedes van a la reunión del MOCASE? – dice uno de los sujetos que estaba en el asiento del conductor.
– ¡¿Y vos que t´importa?! – grita Nely.
– No te hagas la canchera vieja. Yo que ustedes, si quieren seguir viviendo, pego la vuelta y me voy.
A continuación, aceleran nuevamente y doblan en la curva que conduce a la salida de la comuna. Los tres campesinos aceleran la marcha. Llegan corriendo hasta la capilla. Entran al salón de reuniones, donde estaban casi todos los compañeros. Están agitados, no llegan ni a saludar.
– ¡Eh! Dormilones menos mal que llegan, los estabamo esperando para arrancar –dice Guido soltando los papeles que tenía en la mano y levantados para recibirlos con un abrazo.
– ¡Andan de nuevo! – grita Nely desesperada, todavía sin poder recuperar el aliento.
– Los tipos de Resio y Croche – dice Juan calmo, pero aún agitado– casi nos chocan cuando veníamos para aquí.
– Nos han preguntado si veníamos a la reunión y nos han dicho que no nos convenía seguir si no queríamos estirar la pata– agrega Omar.
Todos los campesinos presentes, que escuchaban atentos el relato, rompieron el silencio con un bullicio. Guido trataba de obtener más detalles de parte de los compañeros amenazados, pero en medio de tanto cotorrerío, no entendía nada. Se para en una silla.
– ¡A ver cumpas! Si hablamos todos no se entiende nada. Dejen que la Nely y los chicos nos sigan contando lo que ha pasado.
Hubo unos segundos de silencio. Pero, luego de ello, la calma se rompió otra vez. De nuevo una feroz frenada. Por la ventana, aparece la camioneta blanca. Todo el grupo abandona el salón. En ese mismo momento, en la escuelita que está enfrente, los chicos salían de clase.
Acto seguido, los empleados bajan de la camioneta. Uno de ellos comienza a hacer tiros al aire. A partir de ese momento todos salen disparando. Roger, atajándose la cabeza con una campera corre hasta el otro lado.
– ¡Metánse de nuevo a la escuela! –les dice a los niños.
Luego de tres disparos, un grupo de hombres se abalanza sobre uno de los integrantes de la patota de los empresarios. Algunos de ellos, tratan de dialogar. El hombre armado dice:
– Yo aquí recibo órdenes. Y la orden de mi patrón es que desarmen el campamento en el lote 2. Ya saben, si no quieren más quilombo cumplan.
Las mujeres, aterradas por los disparos se habían refugiado detrás de la capilla. Ahora, volvían a tratar de calmar a los hombres que enfurecidos seguían intentando arremeter contra la patota. De fondo, escuchaba el grito de Nely:
– ¡No les den explicaciones a ellos! Qué venga él y de la cara –pidiendo por Resio. – quitenlen el arma, ¡qué mierda se creen!
Mientras sucedía todo esto, los matones se iban alejando, hasta alcanzar a la camioneta, subir e irse por el mismo lugar por el que llegaron. Cuarenta y cinco minutos duró el incidente.
Para sumar aún más conmoción, llega al rato, pedaleando a toda velocidad, don Mario Almaraz, tío de Roger. Junto a tres hombres más, este hombre de 70 años era uno de los guardias del campamento, que estaba de turno desde la noche anterior.
– Miren quien viene ahí –dice Roger – ya me imagino lo que debe haber pasado…
No llega ni siquiera a frenar. Salta del rodado y lo deja tirado.
– Están en frente nuestro –dice con vos entrecortada el anciano – han instalado un campamento en frente nuestro…
La asamblea decide, postergar los temas del parte previstos a tratar en esa plenaria. El futuro de la comunidad era lo más importante. Guido ordena a los delegados volver a sus casas e informar a todas las zonales la situación de emergencia, y a los varones más jóvenes ir relevar la guardia en el asentamiento del Lote 2.
– Vamos, Roger – le dice Guido.
– A dónde – responde.
– A la seccional de Bandera. Hay que hacer la denuncia.
Al llegar allí, los atiende el oficial Mario Barrionuevo. Le explican la situación. El policía los escucha en silencio, quieto, frío. Cuando terminan, solo balbucea, sin mirarlos a los ojos:
– Lo siento mucho. Pero no me corresponde intervenir, no es mi jurisdicción. Vayan a Tintina, ahí capaz los pueden ayudar…
Guido, golpea el puño en la mesa furioso.
– Pero ¿usted no entiende? ¡Nos acaban de tirotear a la salida de la escuela, cuando nuestros changuitos salían de clase, frente a nuestros compañeros que han venido de toda la provincia! Necesitamos que vayan, están armados, frente a nuestro campamento – contesta, con tono desesperado
– Tranquilo, Corvalán – dice el policía – yo le tomo la denuncia y la derivo a donde corresponda.
Al salir de la unidad, retoman el camino a casa. Van en silencio. Solo unos kilómetros antes de llegar, Roger dice:
–Estos no nos van dar a pelota. Tenemos que resistir, solos.

Sábado 21 de agosto de 2010. A media mañana de ese día los campesinos casteñenses, junto a los pocos que habían quedado de los otros pueblos, seguían deliberando en la capilla estrategias para reforzar la defensa del acampe y del centro de la comuna. Nuevamente, el acelerador de un vehículo interrumpe su calma. Al instante, se hacen presentes dos patrulleros de la policía de Bandera Bajada.
– Ahora vienen. Parece que al final Barrionuevo nos tiene, aunque sea lástima – dice Ofelia.
– Venimos con la orden de custodiar la zona, para evitar enfrentamientos – replica un joven policía.
– ¿Qué enfrentamientos? – dice María, la directora de la escuela – Aquí no ha habido ningún enfrentamiento. Han venido directamente a atacarnos a balazos, casi ni no nos hemos podido defender…
Los vecinos le explican a los oficiales que el lugar del conflicto no es allí, sino a el lote contiguo al paraje, donde los empleados de los usurpadores han cortado un camino, prohibiendo a punto de pístola el paso de cualquier persona. Este camino es el que conduce al Lote 2, donde ambas partes mantienen campamentos enfrentados.
–Nosotros cumplimos órdenes. No podemos ir a ese lugar. No son esas las indicaciones que nos han dado…
Después de un par de reproches, los vecinos le entregan un solicitada a nombre del MOCASE, exigiendo la intervención del Comité de Emergencia y de algún juez a cargo. Acto seguido, se retiran.
A las pocas horas regresan. Piden hablar con un delegado. Roger se acerca. Sin mediar palabra le entregan un documento y se van. Era una orden de allanamiento del campamento instalado por los pobladores de Pozo del Castaño. Nada decía acerca de qué medidas se tomarían en contra la patota de los empresarios usurpadores
La comunidad continúa deliberando y se decide por unanimidad que ante la ineficacia de la actuación de la policía, todos los vecinos, incluidos mujeres, niños y ancianos, se trasladaran al lote para defender las tierras.
Al finalizar la asamblea, Roger se pone pie y dice en voz alta:
– ¡Somos tierra!…
– … ¡para alimentar a los pueblos! – responden todos al unísono.
La noche va cayendo. A lo lejos una caravana avanza a paso firme cantando:
– ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta, que camina, la lucha campesina por América Latina!

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Domingo 22 de agosto de 2010. Hacia las primeras horas del nuevo día toda la comunidad se encontraba instalada en el camino de entrada hacia las tierras disputadas. No podían ingresar al predio para encontrarse con los compañeros que estaban acampando en el interior del lote, debido a la clausura impuesta por los guardias de Resio y Croche.
A las 2 de la mañana, cuando todavía algunos se encontraban despiertos irrumpe una tropa de patrulleros de la policía de Bandera Bajada y Tintina, comandada por el mismísimo Barrionuevo. Acompañados, además por un destacamento de Infantería de la ciudad Capital. Todos los vecinos, se levantaron ante semejante bataola.
– Por fin llegan –dice uno los campesinos, acercándose hacia Barrionuevo –, pensábamos que nunca iban a venir a darnos una mano con estas lacras.
– ¿Y Barrionuevo?, ¿Entiendes ahora quiénes son los malos en esta película?– dice Guido, caminando hacia él.
– Aquí no nada que entender. Nosotros cumplimos órdenes – le contesta el oficial– no somos jueces para decidir quien es el buenito.
– Mira vos – interviene María – y ahora quién les ha ordenado que vengan. Supongo que será para defendernos…
– Venimos por instrucción del Jefe de la Policía Provincial, oficial Marcelo Pato. Vamos a intervenir en caso de enfrentamiento, para proteger la integridad de todos – replicó Barrionuevo– Si se quedan tranquillos, no va pasar nada. No vayan a querer traspasar la valla porque sino vamos a tener que actuar en consecuencia.
Los vecinos no dijeron nada. Roger, tenía la bronca contenida, quería probar cruzar el cerco a ver que pasaba. Guido, lo para en seco:
– No seas sotreta. A estos les vamos ganar con otras armas, no con las de ellos.
Horas más tarde, ya bien entrada la mañana un grupo de mujeres trataba de convencer a la policía de que les tomaran la denuncia. Le entregaron a un oficial joven un video que registraba el momento en que la patota disparaba contra la comunidad y los restos de los proyectiles lanzados.
– Vos tienes pinta de ser bueno – suplicaba Ofelia – solamente queremos que nos escuchen.
– Está bien – respondió el muchacho –, voy buscar el acta para registrar el caso.
Ya habían logrado que les registraran la acusación. Era un primer paso. Si lograban hacer detener a los usurpadores, tal vez podrían volver a sus casas antes de lo que esperaban. Pero, no podían permitirse dejar nada librado al azar. Mientras, los hombres se organizaban para buscar víveres y enseres para seguir la resistencia. Los más jóvenes se turnaban para hacer guardia en el pueblo.
Todo parecía más tranquilo hacia el mediodía. Otra vez, un sonido familiar aterrorizó a todos. De nuevo, una camioneta irrumpió en el campamento, la misma que había intentado atropellarlos dos días atrás. Una joven, desprevenida, no logró hacerse a un lado y fue embestida por el vehículo. Cuando se detuvo, todos pudieron ver quien había sido el autor de aquella infamia: Luis Resio en persona.
En ese momento, estalló la furia. Los campesinos intentaron linchar al empresario. Pero antes de que llegarán a alcanzarlo, un oficial se adentró a la camioneta y se retiró del lugar con el agresor al volante. Al ver, el malestar Barrionuevo dijo:
– ¡Calmense! Lo llevamos detenido a la comisaría. No se va a escapar.
– Somos campesinos, oficial, no ignorantes – dijo Roger indignado – ya sabemos de que lado están.
– Si ustedes no se van de aquí con esos delincuentes a cuestas – intervino el “Negro” – nosotros tampoco.
La tarde caía de nuevo. Los pobladores, seguían resistiendo. Se preparaban para otro día más. Cuántos más, se preguntaban la mayoría.


2. RESISTENCIA. El Mocase vuelve a la ruta

Domingo 17 de octubre de 2010. Ruta nacional 34, Vilmer. El día del padre, a primera hora, una veintena de pobladores de Pozo del Castaño se dirigió al kilómetro 720 de la Ruta Nacional nº 34, a la altura de la localidad de Vilmer. Allí, plantaron la bandera del MOCASE y comenzaron a hacer cortes intermitentes cada 2 horas.
La situación en el campamento se mantuvo tensa por una semana más desde aquel domingo de agosto en que Resio y sus secuaces amedrentaron a los campesinos, con la protección de la policía. Al notar que no se iban retirar de allí, las fuerzas de seguridad comenzaron a bajar la guardia, hasta que finalmente se fueron. Fue entonces cuando los campesinos decidieron volver a sus casas. No eran los mismos ya. El cansancio, se sentía y el pesimismo comenzaba a ganarle a las fuerzas para seguir luchando. Todas las noches, se realizaban reuniones en donde se intercambiaban opiniones sobre el camino a seguir. El campamento en el Lote 2, ya no tenía sentido; los matones se les reian en la cara. En una de esas discusiones, el “negro” propuso una alternativa:
– Si ellos no nos quieren dejar hablar, vamos a tener que gritarle al mundo lo que nos está pasando.
– Y ¿eso como sería? – preguntó María.
– No se, pero no vamos a ganar nada quedándonos aquí –respondió, nadie sabe que existimos, solo nosotros. Si ni siquiera en el mapa figuramos.
Después de esa declaración, todos se quedaron callados. Roger se quedó pensando. Las palabras de su primo calaron hondo en su pecho. Se acordó de cuando era maestro, de la frustración que sentía cuando sus alumnos le preguntaban porqué Pozo del Castaño no aparecía en ningún rincón del Departamento Figueroa. Suspiró. De repente, una idea llegó.
– Tiene razón Ariel. Hay que salir de aquí. No nos ven, pero no saben lo que nos pasa. Hay que cortar la ruta– dijo.
La propuesta fue aceptada por todo la comunidad, y cobró fuerza con el apoyo todas la zonales del Mocase. Eligieron el día del padre, porque sabían que en esa fecha la carreteras iban a estar más transitadas.
Y el día llegó. Y se fueron haciendo cada vez más. De nuevo, nadie sabía hasta cuando iban quedarse allí. Pero conforme avanzaban los días, se acercaban los compañeros de todos los rincones de la provincia. La noticia se comenzó a difundir en las radios, los diarios y los portales de todo el país, exceptuando aquellos que defendían los intereses de los terratenientes latifundistas. Después, organizaciones campesinas de otras provincias, de Derechos Humanos, movimientos universitarios, centros de estudiantes y otros colectivos, llegaron a apoyar la lucha y contribuir con el sostenimiento del acampe.

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Lunes 18 de diciembre de 2010. Plaza Libertad, Ciudad Capital. Bajo el abrazante calor del verano santiagueño, alrededor de las 18, comenzaban a llegar las columnas de las diferentes organizaciones a la plaza principal de Santiago. Setenta días habían pasado desde el inicio de aquel corte.
Fracasadas las negociaciones con el gobierno provincial y con los empresarios usurpadores, fortalecidos en la lucha por el apoyo de todo el arco militante de la sociedad argentina, el Mocase decide cerrar el corte con una marcha por las calles de la ciudad.
Más de 3 mil personas acompañaron esa caminata hacia la Casa de Gobierno, en repudio a los desalojos y para exigir el reconocimiento de los campesinos como legítimos dueños de la tierra.
La voz de todos los presentes se alzaba como un grito ensordecedor. Roger, agitaba las manos y repetía sin cesar por el altavoz:
–¡Ni un metro más!
–¡La tierra es nuestra!– repetía la multitud.


3. VICTORIA. La tierra para quien la trabaja
Jueves 19 de mayo de 2011. Ciudad Capital. Habían pasado 5 meses y un día desde aquella gloriosa marcha. Roger se levanta para ir a trabajar al registro de poseedores. Se había desacostumbrado a desperatarse en su depeartamento. Aunque volvía todos los fines de semanas a su casita Pozo del Castaño, extrañaba despertarse con el sonido del gallo cantor.
Mientras camina las 10 cuadras que lo separan de la oficina, rememora todos los días pasados en el campamento del lote 2, en la ruta, y los que transcurrieron desde aquel 18 de diciembre en el que la sociedad santiagueña le demostró a él y a sus compañeros que no eran tan invisibles como pensaban.
Llega al edificio. Sube las escaleras. Entra a su oficina. Revisa su escritorio. Un gran sobre llama su atención. Lo abre. Era una notificación del Juez de Tercera Nominación en lo civil, Federico Argibay Berdaguer, que llevaba a adelante la causa por la expropiación del territorio usurpado por Resio y Croche. Muchas líneas por delante, hacia el final del documento decía: "Por cuanto, se dispone el retiro del personal de vigilancia y de todo elemento instalado por Estancias del sur SA en el área correspondiente al denominado Lote 2 "
Las lagrimas se apoderan de él. Minutos después, comienza a llamar a todos los vecinos para dar a conocer la buena nueva.
Afuera de la oficina, don Mario, escucha gritos de alegría de alguien que habla solo. Cuando no se oye nada más abre la puerta.
–!Eh! Chango, hace rato que no te veía. Por qué tanta algarabia.
– Te acuerdas lo que me habías preguntado, el año pasado, antes de que te pasen a trabajar al otro edificio
Piensa.
–Sí –contesta– me acuerdo. ¿Qué vas hacer?
– Falta poco. Muy poco para que finalmente sea. Cuando tenga la tierra, voy a ser.

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